sábado, 30 de noviembre de 2013

 

Alguna de las peores cosas de mi vida jamás sucedieron. La frase del genial Mark Twain refleja a la perfección esa tendencia de nuestra mente a ahogarse en un vaso de agua. ¿No te ha sucedido? Puede que estés en el tráfico citadino y de pronto viene un pensamiento incómodo. Algo que no pinta muy bien y que al pensarlo por más tiempo se convierte en escenario borrascoso. Bastan unos minutos para que la respiración se entrecorte y el ánimo se altere. Lo que fue un pensamiento pasajero se ha convertido en tormenta.
Fíjate bien: eso que piensas aún no ha sucedido, pero tú ya has reaccionado. ¿Por qué? Resulta ser que para tu mente un pensamiento tiene el mismo peso que la experiencia real. Si el pensamiento es denso y angustiante, tu mente activa diversos circuitos cerebrales y libera sustancias químicas que afectan tu cuerpo. Así se desata una cascada que te arrastra en el momento.
Y puede ser, como le sucedía a Twain, que ese futuro tan amenazante jamás se materialice. La pasaste fatal detrás del volante en solitario. Una pérdida de tiempo.
El psicólogo Albert Ellis llama a esta tendencia terribilizar. Es convertir una situación en una preocupación obsesiva que nos lleva a pensar en la peor conclusión imaginable. Es como echarle gasolina al fuego, o siendo más gráfico, rociarte el combustible cuando saltan las primeras chispas. Lo que podría haber sido una pequeña llama se convierte en incendio.
En su libro Paz interior para gente ocupada, la investigadora y psicóloga Joan Borysenko nos recuerda que algunas personas terribilizan más que otras. “Las que fantasean pensando en resultados satisfactorios es más probable que sean optimistas. Cuando la tendencia es a pensar lo peor, probablemente sean pesimistas”. Ella se declara una pesimista rehabilitada, es decir, alguien con una tendencia aprendida (de su madre) a esperar lo peor. Y por ello debe estar vigilante para no dejarse llevar.
Según mi estado de ánimo la terribilización me atrapa con mayor o menor facilidad. Diría que nos pasa a todos: si amanecemos cruzados el peor escenario se convierte en el único escenario. Y no hay buenos días que valgan.
¿O será que hay una forma de ver esa tormenta que se aproxima como lo que es: una nube pasajera en un vaso de agua?
Borysenko recomienda una consciencia activa y sentido del humor como kit de supervivencia. Lo primero es estar atentos y vigilantes para detectar las primeras señales de terribilización y decir “acá vienen los nubarrones”. Estar conscientes del fenómeno permite hacer una pausa, respirar y responder de forma amable ante las tendencias de la mente. Podrías entonces decirte: “Estos pensamientos están surgiendo pero no me voy a dejar arrastrar”. Acto seguido lanza una carcajada (sobran razones para reírnos, sobre todo de nosotros mismos) o al menos sonríele al camino tortuoso por donde estabas a punto de lanzarte.
Para los pesimistas entrenados, una aclaratoria: no estoy diciendo que debemos evadir la realidad o ponernos lentes color de rosa cuando las cosas están de un hormiga intenso. A lo que me refiero es que una cosa es la que está pasando allá afuera y otra la que sucede adentro de tu cabeza y en todo tu cuerpo. Y que por lo general reaccionamos a lo externo y, sobre todo, al futuro que nos imaginamos, en lugar de manejar nuestras emociones a consciencia.
Esto no es controlar el entorno. Tampoco el mundo interno. Es saber cómo juega la mente con nosotros y aprender a bailar con ella.